De entre todos los géneros de la ciencia ficción la space opera, con su mezcla de aventuras, futurismo y fantasía, es el más atractivo para el escritor medio. No requiere un nivel de conocimientos de física o astronomía altos y admite casi cualquier enfoque, desde los tonos alegres de la ciencia ficción para niños hasta la paleta más oscura del terror, la distopía o el survival. Y es en esta zona de tinieblas donde discurre el presente volumen de Calabazas en el trastero, el 22 ya. Producto de una convocatoria masiva (¡171 relatos a concurso!) los trece presentes son una buena muestra de la variedad de estilos y planteamientos que el género permite.
Comencemos el viaje con una
portada obra de María Delgado Prieto, con un aire a aquellos comics de género
de los años ochenta y noventa muy apropiado. El prólogo de Erica Gómez Gris
redondea la introducción con un ensayo de lo más interesante sobre el género que nos
ocupa y que nos prepara para los trece
relatos que se desgranan a continuación.
¿Preparados? ¡Hiperespacio!
Nuestro primer salto nos ha
llevado a Amanecer Galáctico, de Victor Villanueva Garrido, una historia
a dos niveles. El primero de ellos, en un futuro lejano, discurre en las
entrañas de la nave que da nombre al texto, donde la humanidad lucha por
sobrevivir. El otro texto tiene lugar en el presente, donde el doctor Jiménez,
hosco y amargado, persigue su sueño. Ambas historias fluyen hacia una
convergencia previsible pero muy bien contada, de modo que el resultado final
es muy positivo. Un comienzo excelente.
Con La ofrenda, de José
Luis Alonso, descendemos a la superficie de un planeta misterioso, donde los
tripulantes de una empresa de mensajería espacial se ven enfrentados a un
misterio muy superior a sus fuerzas. Los ambientes están muy logrados y la
empatía con el puñado de antihéroes hace que el relato se lea a velocidad de
vértigo, descubriendo el secreto del planeta y otros aun más terribles y, no
obstante, más próximos. Un magnífico cuento, dotado de un estilo dinámico y
bien medido, con cambios de registro adecuados a cada momento y un final donde el
cinismo se adueña del texto.
Salomé Guadalupe Ingelmo me gana
rápidamente al homenajear a unas de las firmas seminales de la ciencia ficción
patria: Tomás Salvador. Este prolífico autor palentino, afincado en Barcelona,
fue el creador de uno de los personajes más querido de mis lecturas infantiles
y juveniles: Marsuf. Uno de los relatos de las aventuras de este vagabundo
espacial, borrachín, pendenciero, noble y poeta, hacía referencia a una flor
maravillosa, una especie que exigió de Marsuf un sacrificio que le llevó a un
final feliz. En La octava pasajera, Salomé Guadalupe Ingelmo retuerce la
historia recordándonos que este es un volumen dark y nos brinda un
relato in crescendo, oscuro y subyugante, de corte clásico y estilo pulcro.
Hay algún problemilla con expresiones científicas (lo que se refleja en el
texto no son tropismos, son nastias) de índole menor. Con un final bello y
terrible, el relato es una muestra excelente del género.
En Zona de silencio, del
mexicano Ramón Antonio Suárez Moreno, visitamos un nuevo planeta y hallamos una
nueva forma de vida extraterrestre. Me choca que un capitán de nave con una
tripulación levantisca acceda a visitar solo el planeta mientras sus
subordinados aguardan en la relativa seguridad de la nave. Obviando este detalle,
el relato es ágil y los personajes están bien definidos, pues cargan con el
peso de la narración mediante diálogos dinámicos y definitorios de su
personalidad. Un pequeño epílogo cierra adecuadamente un cuento muy divertido
de leer.
Distopía pura y dura es el mundo que nos
muestra Miguel Chamizo en Alcatraz 2057. La descripción “histórica” de
cómo se creó el planeta que da origen al texto es uno de los puntos fuertes del relato, un
universo donde se podrían integrar este y mil relatos más. Cuando llegamos al
meollo del asunto encontramos a la última remesa de presos rumbo a Alcatraz.
Los personajes son arquetípicos pero están bien construidos y son los vehículos
ideales de un texto que comienza siendo una historia y termina siendo otra muy
diferente, y esa sorpresa es lo mejor.
Salto hiperespacial hacia una
relato completamente diferente. En Un siglo de polvo, Ana Nieto
Morillo avanza de acierto en acierto,
comenzando por el propio título. La idea de un exorcismo en el siglo XXIII es otra y el modo de hacerlo es
francamente bueno, mezclando elementos tradicionales con otros marcadamente
futuristas. El resultado es un relato que habla de algunas de las constantes
vitales del alma humana: la rebeldía, la clemencia, la antipatía, la lógica o
el conformismo disfrazado de prudencia. Seguir a Isaac en su enfrentamiento con
un demonio, ¡nada menos que Abraxas!, me ha resultado de lo más satisfactorio.
Un muy buen relato de una autora destinada a crecer aun más.
Javier Fernández Bilbao es un
autor que difícilmente defrauda y Letal dinámica de comportamiento desde luego no lo hace. De nuevo un viaje de
exploración y de nuevo un mundo salvajemente hostil. Narrado en primera
persona, el autor logra que nuestros sentimientos hacia el protagonista
fluctúen de un extremo a otro mientras este desgrana sus vivencias y
sentimientos mezclados con observaciones de tipo científico. Un ritmo
creciente desde un inicio tranquilo
(incluso demasiado) y culmina en un
final acertadísimo. De lo mejor de la
antología.
Llegamos a Legado, otro
relato distópico que incluye un imperio terrible frente al que luchan los
descendientes de la humanidad. Juan Miguel Gutiérrez de la Solana. Una
tripulación acosada se refugia en un planeta donde descubren el legado de una
humanidad tecnológicamente avanzada. El planteamiento me recuerda a otro cuento
de Tomás Salvador protagonizado por Marsuf, pero no puedo confirmar el
homenaje. La prosa, dinámica y con chispazos humorísticos, fluye ligera hacia
un final sorprendente.
Juan Ángel Laguna Edroso hace bueno
el adagio hay otros mundos pero están en este con El último vuelo de
la Ícaro. En esta fábula terrible y muy
breve, se cuenta con una prosa que delata oficio y mimo a partes iguales, y nos
hace testigos como de cómo de un mundo de miseria, de trabajos precarios y
desahucios surge un universo de héroes sin tacha, de naves singulares y
maravillosas y de planetas misteriosos. Pero la realidad todo lo traga, y este
universo infantil no va a ser una excepción. Excelente.
Y llegamos a El trabajo de
Elsa Ward. La tradición dicta que el
reseñador no reseña su obra. Y no vamos a romper la tradición.
Marta Tordera desarrolla toda un universo en Nunca
regresaré a Tebas, destacando las esfinges seres de proporciones cósmicas que suponen una amenaza de iguales proporciones
para la humanidad. Y frente a ellos los enigs, los cazadores de esfinges,
dispuestos a un desigual duelo a la vez matemático y psicológico. La profusión
de detalles y términos en un texto de reducidas proporciones hace que, en
alguna ocasión te saquen de la lectura, pero el conjunto es un bello relato,
impregnado de un lirismo envidiable. Muy recomendable.
El penúltimo relato, Planeta
arquetipo de Pablo Loperena, nos lleva de nuevo a la exploración
planetaria, esta vez desde la voz de una nave espacial. Paradójico,
experimental y con un lenguaje cargado de tecnicismos (con algunos errores, me
temo) que dotan al relato de su particular ambiente fosco. Una historia que nos
habla de sentimientos y la singularidad de los seres vivos, dge un modo arriesgado
pero acertado.
Cierra la trilogía el conmovedor
relato de José Manuel González Aguilera Una idea ridícula. Conmovedor
digo en el mejor sentido de la palabra, pues nos hallamos ante una hermosa
historia de fidelidad, de anhelos perseguido y no siempre conseguidos, de la
abnegación y la complicidad. Algo más de tres páginas son suficientes para esta
joyita, que cierra de manera estupenda una interesante antología. Mi
implicación personal hace que no pueda ser más vehemente...
...¡Un momento! ¡Este es mi blog!
¡Puedo ser lo vehemente que quiera! Pues os diré que difícilmente quedareis
defraudados por esta variada y divertida colección de historias espaciales. Se
leen a velocidad hiperespacial y los niveles de satisfacción irán más allá de
la Nebulosa de Orión.
Pues éste no lo tengo. Y recuerdo que fue el primer «Calabazas» al que me presenté.
ResponderEliminarY me acabo de acordar: «Ĵampego e», basada en la matanza de japoneses por parte de los de la pérfida Albión y unos cuantos cucudrulos en la isla de Ramree o Yang Pei. Historia paralela a los cosacos: la masacre de los ingleses se atribuyó a los cocodrilos.
En fin, que me enrollo —bueno, mi ego—, que magnífica reseña.
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
EliminarMira, esa ni la conocía, así que mil gracias a tu ego :-D
EliminarMás "cocodrilos" que los ingleses, pocos. A modo de ejemplo, lord Blackwindstone, de gallinacea hechura y maldad retorcida y del que has prometido relatar ciertos hechos de su vida. A la espera quedo.
Oír cierto, he puesto en mi blogroll un enlace al tuyo, presuponiendo tu permiso.Me lo das? Pooooorfiiiiii ;-)
¡¡Por supuesto que tiene mi permiso!!
EliminarPerdona la tardanza en contestar. Es que me he quedado dormido... ;)